jueves, 8 de marzo de 2012

Azorín: Víctor Hugo




VICTOR HUGO

No necesitamos volver a decir en qué sentido tomamos, en estos artículos, el vocablo hispanista. Víctor Hugo era un amador de España; pasó aquí los primeros años de su vida; estuvo luego, ya hombre, una larga temporada en Pasajes; él mismo nos ha contado su estancia en las montañas vascas y sus correrías hasta Pamplona. El gran poeta ha expresado su españolismo en varias de sus obras; recordemos los dramas Hernani, Ruy Blas y Torquemada. En La leyenda de los siglos hay también páginas dedicadas al Cid. En las Canciones de las calles y de los bosques figuran unas lindas poesías dedicadas a una española ideal (ideal como la marquesa de Amaegui en las poesías de Musset), llamada, si no recordamos mal, doña Rosa Rosita.

¿Cómo podríamos caracterizar el españolismo de Víctor Hugo? El gran poeta toma el elemento español, es decir, España, como una corroboración de su total concepción poética; el mismo aprovechamiento podemos observar, más tarde, en Leconte de Lisle respecto de la antigüedad pagana. Hugo, humanitario, ardiente partidario del progreso, debelador de toda tiranía y de toda superstición, ve en la historia y en el ambiente de España una cantera de donde sacar materiales para sus temas grandilocuentes, para el fortalecimiento de sus tesis. No ve sólo el color en España (y al escribir esto nos acordamos de las Orientales, que antes habíamos olvidado); ve también —y sobre todo— la humanidad, un fragmento interesante de humanidad, en un determinado medio y en un cierto período de su evolución. Y mostrando a sus lectores, al mundo, diremos, tratándose de tan elevado poeta; mostrando al mundo esa parte de humanidad, le expone el poder y la influencia de instituciones y de sentimientos diversos, y le dice lo que ha sido y lo que puede ser el hombre.

Como se ve, en el españolismo de Hugo existe una trascendencia, un magisterio, una tendencia que no hay en Mérimée, en Gautier o en Stendhal. Recordemos un verso del drama Torquemada. L'Espagne, pierre à pierre et pas à pas, se fonde, dice un personaje (el Rey). España, piedra a piedra y paso a paso, se funda. Sí; España, la nación española, va fundándose, consolidándose poco a poco, a pesar de corruptelas, trabas, abusos, obstáculos, desórdenes, confusiones. España va marchando lentamente, pero marchando, al fin, en lucha con el error y con la obstinación. Y Víctor Hugo, que tan espléndidamente muestra la España vieja y carcomida, abre su magnánimo corazón a la esperanza, y él — grande de España de primera clase — envuelve en su amor de altísimo poeta a esta tierra de espléndidos paisajes.

Se ha discutido, desde el punto de vista histórico, el españolismo de Hugo. Sabios dictámenes existen —hechos por los mismos franceses— sobre la veracidad en el Ruy Blas, por ejemplo. Pero en las obras de Hugo, como en las obras de todos los grandes artistas, por encima de los detalles, se cierne el espíritu que da verdadero tono a la creación. ¡Qué importa el anacronismo, el error, la falsedad en los pormenores! La substancia de la obra es lo que hemos de considerar, y la substancia, en Víctor Hugo, es española, profundamente española. ¿Se quiere un ejemplo? Tomemos el Consejo de ministros que se celebra en Ruy Blas. ¿Es falso todo aquello? ¿Es fantástico? ¿Es anacrónico? Pues luego de leer esa famosa escena repasemos los escritos de nuestros viejos economistas; veamos las lamentaciones y plañidos que se exhalaban con motivo de nuestras corruptelas y disipaciones; traigamos a la memoria los célebres versos de Quevedo que a éste valieran cruel destierro y prisión; hojeemos, finalmente, los libros de nuestros modernos historiadores sobre la decadencia española (el de Cánovas, por ejemplo). Y, después de haber hecho todo esto, digamos si el Consejo de ministros que Hugo nos presenta en su drama no es una síntesis maravillosa, admirable, profundísima, de la historia de España.

¿Qué influencia ha tenido Víctor Hugo sobre nuestros poetas? Víctor Hugo ha sido gustado y traducido en España desde primera hora. Hay en Espronceda poco de Hugo; algo más podríamos ver en el Duque de Rivas; mucho más notaremos en Zorrilla. Zorrilla, con todos sus defectos, es nuestro más gran poeta del siglo XIX. Sobre Zorrilla, Víctor Hugo ha impreso su sello. En Zorrilla —y esto hace su grandeza— hay lo que no encontramos sino de raro en raro en los demás poetas españoles: un elemento de vaguedad, de misterio, de idealidad. Esa idealidad de Zorrilla la encontramos, por ejemplo, en una de las primeras poesías de Ángel Saavedra, en la titulada A las estrellas; la encontramos en alguna otra composición de Espronceda; mas en Zorrilla es permanente y constituye la esencia de su estro. ¡Cuántos prejuicios se han amontonado alrededor de este maravilloso poeta y cuán torcidamente ha sido juzgado! Del estudio dedicado al poeta por don Manuel de la Revilla se nos antoja que arranca el prejuicio con que han visto a Zorrilla las nuevas generaciones. Zorrilla, a trozos, puede ponerse a par de Hugo. Léanse sus poesías La torre de Fuensaldaña, La luna de enero y El Reló...

Pero nuestro propósito no era ahora hacer un estudio de nuestro glorioso poeta. Hemos querido señalar la sugestión ejercida sobre su numen por Víctor Hugo. Y hemos querido, principalmente poner de manifiesto el carácter trascendental del españolismo del autor de Hernani.


AZORÍN (Entre España y Francia. Hispanistas.)