martes, 8 de noviembre de 2011

Azorín: Prosper Mérimée


¿Qué franceses ilustres se han distinguido más en su estudio, en su amor de las cosas de España? Como entre nosotros hay muchos prejuicios respecto a lo que los hispanistas franceses han dicho de España, bueno será dedicar unas palabras a estudiar las figuras —las figuras y los dichos y hechos— de estos eminentes amadores de nuestras cosas. El primero de todos ellos es Prosper Mérimée: primero cronológicamente y primero en importancia. Mérimée comenzó sintiendo instintivamente los hombres y el paisaje de España. Le inclinaba a ello su propio carácter. Mérimée vino a nuestro país en 1830; hizo luego varios otros viajes. Pero Mérimée, antes de venir a España por primera vez, había ya publicado su Teatro de Clara Gazul, libro en que hay relatos, episodios y figuras referentes a España. ¿Cuál era el carácter de Mérimée? ¿Cómo podremos definir su modalidad espiritual? Mérimée era un impasible; se cuenta que, siendo niño, como sus padres le riñeran por una travesura, Mérimée rompió en llanto. Al salir de la estancia paróse un poco a la puerta y oyó que sus padres decían, riéndose de su exagerada sensibilidad: «¡Qué tonto es este chico!» Referimos la anécdota en su substancia. Acaso los detalles sean otros. Pero lo cierto es que Mérimée, desde aquel punto, se prometió a sí mismo no ponerse nunca en el trance de parecer ridículo por exceso de sentimentalidad, no parecer nunca que no estaba enterado del mundo a causa de su exceso de candor y de inocencia. Y durante toda su vida este autor fue un modelo de sobriedad, de corrección, de impersonalidad. Siendo esta la característica de Mérimée, ¿se sintió atraído desde el primer momento por España? España atraía allá por 1830 a los grandes románticos franceses. Pero ¿qué era España para los románticos franceses? Había una España de color, de lo pintoresco, la España de los Orientales, de Víctor Hugo; mas, en el aspecto psicológico, existía otra España: la de los caracteres, la de una psicología recia, inflexible, caballeresca. Escribimos este artículo sin libros ni datos a la vista; se trata de una impresión periodística y no de un estudio erudito (cosa que sería inoportuna en un periódico). Cuando Mérimée publicó su primer libro español, el citado Teatro de Clara Gazul, ¿había publicado ya Alfred de Vigny su poema Dolorida, un poema de asunto español, un poema terriblemente trágico, que debía encantar a Mérimée? Aun teniendo las fechas a la vista, sería preciso tener en cuenta que Vigny alteró las puestas al pie de sus poesías (y sobre ello ha habido discusiones y polémicas). Pero existía otro españolista que ejerció una profunda influencia sobre Mérimée, y ese autor no es otro que Stendhal, autor nada menos que de toda una teoría del españolismo. En Stendhal, desde luego, debemos buscar un antecedente del amor de Mérimée a España. Y Stendhal —lo veremos en otra ocasión— es quien ha dado mejor que ninguno de sus compatriotas una expresión más acabada, honda, científica, diríamos, del carácter español; es decir, de la caballerosidad, de la rigidez y de la fiereza española. Prosper Mérimée estuvo varias veces en España. La primera vez que vino a nuestro país hizo amistad, en la diligencia que le traía, con el conde de Teba. Frecuentó luego (no recordamos si paraba allí) el palacio de la plaza del Ángel. Asistió a los espléndidos saraos que los rumbosos aristócratas daban en su quinta de Carabanchel. Cuando Eugenia Montijo se casó con el príncipe Luis Napoleón y este llegó a ser Emperador de los franceses, Mérimée fue nombrado secretario del Emperador; éste le señaló una pensión, le nombró inspector de Bellas Artes y le agració con una senaduría vitalicia. Todos estos son detalles biográficos que no nos interesan sino secundariamente. Lo que importa es ver cómo el paisaje moral de España se acoplaba perfectamente al temperamento de Mérimée. El estilo de Mérimée es sobrio, rígido, sin sentimentalidad. Ved la rigidez, la austera nobleza del panorama de Castilla; ved los caracteres fundamentales de nuestra novela y de nuestro teatro. Otra de las características en Mérimée es su pasión por lo pintoresco. En tierra tan varia, tan contradictoria, tan opuesta a la simetría de un Descartes o un Le Nôtre, cual es la española, ¿cómo no debía sentirse extasiado Mérimée? Un hombre hubo con quien se ligó íntimamente Mérimée durante sus estancias en España: Estébanez Calderón. Se ha hablado de la influencia que Estébanez pudo ejercer sobre Mérimée; pero no se ha dicho como la sobriedad y la limpidez de Estébanez en sus Escenas andaluzas proceden evidentemente del autor francés. Raro, rarísimo es que Cánovas, en su libro El Solitario y su tiempo, no haya abordado este problema de historia literaria. Estébanez, gran ingenio, un poco olvidado hoy —injustamente—, gustaba, como Mérimée de los espectáculos y personajes populares de España: el color, la pasión, lo espontáneo y libre se halla en esos aspectos de la vida nacional. Por encima de todo eso ya comienza lo artificioso y lo retórico. Y esta amalgama entre el amor a lo popular y el espíritu contenido, impersonal, sobrio, es lo que constituye la modalidad de nuestro autor. Mérimée, podemos decir en dos palabras, es un espíritu profundamente aristocrático, enamorado del color y de las pasiones del pueblo. Su España, la España que Prosper Mérimée ha pintado, tiene los más hondos trazos de verdad; es la España de Quevedo y de Lope; pero es, sobre todo, la España —y la humanidad— de doña María de Zayas, en sus novelas realistas, stendhalianas, desprovistas de retórica, sin reflexiones morales, impersonales y objetivas.

AZORÍN (Entre España y Francia. Hispanistas.)