sábado, 29 de mayo de 2010

Paul Morand: Oda a Marcel Proust

http://www.wikio.es


Ode à Marcel Proust


Ombre
née de la fumée de vos fumigations,
le visage et la voix
mangés
par l’usage de la nuit
Céleste,
avec sa vigueur, douce, me trempe dans le jus noir
de votre chambre
qui sent le bouchon tiède et la cheminée morte.


Derrière l’écran des cahiers,
sous la lampe blonde et poisseuse comme une confiture,
votre visage gît sous un traversin de craie.
Vous me tendez des mains gantées de filoselle ;
silencieusement votre barbe repousse
au fond de vos joues.
Je dis :
—Vous avez l’air d’aller fort bien.
Vous répondez :
—Cher ami, j’ai failli mourir trois fois dans la journée.
Vos fenêtres à tout jamais fermées
vous refusent au boulevard Haussmann
rempli à pleins bords,
comme une auge brillante,
du fracas de tôle des tramways.
Peut-être n’avez-vous jamais vu le soleil ?
Mais vous l’avez reconstitué, comme Lemoine, si véridique,
que vos arbres fruitiers dans la nuit
ont donné leurs fleurs.
Votre nuit n’est pas notre nuit :
C’est plein des lueurs blanches
des catleyas et des robes d’Odette,
cristaux des flûtes, des lustres
et des jabots tuyautés du général de Froberville.
Votre voix, blanche aussi, trace une phrase si longue
qu’on dirait qu’elle plie, alors que comme un malade
sommeillant qui se plaint,
vous dites : qu’on vous a fait un énorme chagrin.


Proust, à quels raouts allez-vous donc la nuit
pour en revenir avec des yeux si las et si lucides ?
Quelles frayeurs à nous interdites avez-vous connues
pour en revenir si indulgent et si bon ?
et sachant les travaux des âmes
et ce qui se passe dans les maisons,
et que l’amour fait si mal ?


Étaient-ce de si terribles veilles que vous y laissâtes
cette rose fraîcheur
du portrait de Jacques-Émile Blanche ?
et que vous voici, ce soir,
pétri de la pâleur docile des cires
mais heureux que l’on croie à votre agonie douce
de dandy gris perle et noir ?


PAUL MORAND



Oda a Marcel Proust


Sombra
nacida del humo de vuestras fumigaciones,
el rostro y la voz
roídos
por el roce de la noche,
Celeste,
con su rigor, suave, me empapa en el jugo negro
de vuestro cuarto
que huele a corcho tibio y a chimenea apagada.


Tras la pantalla de los cuadernos,
bajo la lámpara rubia y untuosa como un postre,
vuestro rostro yace sobre una almohada de tiza.
Me tendéis las manos enguantadas de filadiz;
silenciosamente vuestra barba repunta
en el fondo de vuestras mejillas.
Digo:
—Tenéis aspecto de seguir muy bien.
Respondéis:
—Querido amigo, he estado a punto de morir tres veces durante el día.
Vuestras ventanas cerradas para siempre
os rehusan al boulevard Haussmann
repleto hasta los bordes,
como un mortero brillante,
del estrépito de palastro de los tranvías.
¿Acaso nunca habéis visto el sol?
Pero lo habéis reconstruido, como Lemoine, tan verídico,
que vuestros árboles frutales en la noche
han dado flores.
Vuestra noche no es nuestra noche:
Está llena de los resplandores blancos
de las catleyas y de los trajes de Odette,
cristales de las flautas, de los candelabros suspendidos
y de las chorreras encordonadas del general de Froberville.
Vuestra voz, también blanca, traza una frase tan larga
que parece plegarse cuando, como un enfermo,
somnoliento que se queja,
decís: que se os ha causado una pena enorme.


Proust, ¿a qué saraos vais pues por la noche
para volver con los ojos tan fatigados y tan lúcidos?
¿Qué terrores a nosotros vedados habéis conocido
para volver tan indulgente y tan bueno?
¿Y sabiendo la tortura de las almas
y lo que ocurre en las casas
y que el amor daña tanto?


¿Eran veladas tan terribles que dejasteis en ellas
esa rosada frescura
del retrato de Jacques-Émile Blanche ?
¿Y que aquí estáis, esta noche,
amasado en la palidez dócil de las ceras
pero contento de que se crea en vuestra agonía suave
de dandy gris-perla y negro?


Traducción de ÁNGEL JOSÉ BATTISTESSA


Oda a Marcel Proust


Sombra
nacida del humo de sus fumigaciones,
el rostro y la voz
desgastados
por el uso de la noche,
Celeste,
con su rigor, suave, me mete en el jugo negro
de su habitación
que huele a corcho tibio y a chimenea muerta.


Tras la pantalla de los cuadernos,
bajo la lámpara rubia y pringosa como una confitura,
su rostro yace sobre una almohada de tiza.
Usted me tiende unas manos enguantadas en filoseda;
silenciosamente su barba crece
al fondo de sus mejillas.
Digo:
—Tiene usted un excelente aspecto.
Usted contesta:
—Querido amigo, hoy estuve tres veces a punto de morir.
Sus ventanas eternamente cerradas
le niegan al bulevar Haussmann
lleno hasta el borde
como un brillante abrevadero
del estruendo de chapa de los tranvías.
¿Acaso nunca ha visto usted el sol?
Pero lo ha rehecho, como Lemoine, tan verdadero,
que sus árboles frutales
han florecido en la noche.
Su noche no es nuestra noche:
está llena de los fulgores blancos
de las catleyas y de los vestidos de Odette,
los cristales de las copas, las lámparas de araña
y las chorreras encañonadas del General de Froberville.
Su voz, blanca también, traza una frase tan larga
que parece plegarse, mientras como un enfermo
adormilado que se queja,
dice: que le han causado un gran pesar.


Proust, ¿Pero de qué fiestas nocturnas
vuelve usted con estos ojos tan cansados y tan lúcidos?
¿Y qué espantos, a nosotros vetados, ha conocido
para volver tan indulgente y tan bueno,
y sabiendo las obras de las almas
y lo que ocurre dentro de las casas,
y que el amor duele tanto?


¿Tan terribles eran esos desvelos como para que perdiera
esa rosada frescura
del retrato de Jacques-Émile Blanche,
y apareciera esta noche
con la misma dócil palidez de los cirios,
pero feliz de que creamos en su dulce agonía
de dandy gris perla y negro?


Traducción de MARIE-CHRISTINE DEL CASTILLO