martes, 30 de junio de 2009

Arnaud d´Andilly y Teresa de Jesús 3



ROBERT ARNAULD D´ANDILLY

Libro de la Vida. Capítulo III.

En que trata cómo fue parte la buena compañía para tornar a despertar sus deseos, y por qué manera comenzó el Señor a darla alguna luz del engaño que havía traído.

Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja, holgávame de oírla cuán bien hablava de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por solo leer lo que dice el Evangelio: "Muchos son los llamados, y pocos los escogidos". Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por él.

Comenzóme esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas y a quitar algo la gran enemistad que tenía con ser monja, que se me havía puesto grandísima. Y si vía alguna tener lágrimas cuando rezava, u otras virtudes, havíala mucha envidia; porque era tan recio mi corazón en este caso que, si leyera toda la Pasión, no llorara una lágrima. Esto me causava pena.

Estuve año y medio en este monesterio harto mijorada. Comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le havía de servir; mas todavía deseava no fuese monja, que éste no fuese Dios servido de dármele, anque también temía el casarme.

A cabo de este, tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad de ser monja, anque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas que después entendí tenían, que me parecían estremos demasiados. Y havía algunas de las más mozas que me ayudavan en esto, que si todas fueran de un parecer, mucho me aprovechara. También tenía yo una grande amiga en otro monesterio, y esto me era parte para no ser monja si lo huviese de ser, sino a donde ella estava. Mirava más el gusto de mi sensualidad y vanidad que lo bien que me estava a mi alma.

Estos buenos pensamientos de ser monja me venían algunas veces, y luego se quitavan, y no podía persuadirme a serlo.

En este tiempo, anque yo no andava descuidada de mi remedio, andava más ganoso el Señor de disponerme para el estado que me estava mijor. Diome una gran enfermedad, que huve de tornar en casa de mi padre.

En estando buena lleváronme en casa de mi hermana, que residía en una aldea, para verla, que era estremo el amor que me tenía y, a su querer, no saliera yo de con ella; y su marido también me amava mucho —al menos mostrávame todo regalo—, que an esto devo más al Señor, que en todas partes siempre le he tenido, y todo se lo servía como la que soy.

Estava en el camino un hermano de mi padre, muy avisado, y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor dispuniendo para Sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y fue fraile, y acabó de suerte que creo goza de Dios. Quiso me estuviese con él unos días. Su ejercicio era buenos libros de romance, y su hablar era —lo más ordinario— de Dios y de la vanidad del mundo. Hacíame le leyese, y anque no era amiga de ellos, mostrava que sí; porque en esto de dar contento a otros he tenido estremo, anque a mí me hiciese pesar; tanto, que en otras fuera virtud y en mí ha sido gran falta, porque iva muchas veces muy sin discreción.

¡Oh válame Dios, por qué términos me andava Su Majestad dispuniendo para el estado en que se quiso servir de mí, que, sin quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por siempre, amén.

Anque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, ansí leídas, como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña, de que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y como acabava en breve, y a temer, si me huviera muerto, cómo me iba a el infierno. Y anque no acabava mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era mijor y más seguro estado; y ansí poco a poco me determiné a forzarme para tomarle.

En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí mesma con esta razón: que los travajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del purgatorio, y que yo havía bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo que viviese como en purgatorio, y que después me iría derecha a el cielo, que éste era mi deseo.

Y en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía un temor servil que amor. Poníame el demonio, que no podría sufrir los travajos de la relisión, por ser tan regalada. A esto me defendía con los travajos que pasó Cristo, por que no era mucho yo pasase algunos por Él; que Él me ayudaría a llevarlos —devía pensar— que esto postrero no me acuerdo. Pasé hartas tentaciones estos días.

Havíanme dado, con unas calenturas, unos grandes desmayos; que siempre tenía bien poca salud. Diome la vida haver quedado ya amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de san Jerónimo, que me animavan de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era como a tomar el hábito; porque era tan honrosa, que me parece, no tornara atrás por ninguna manera, haviéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna manera lo pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas, que procuré le hablasen. Lo que más se pudo acabar con él fue que después de sus días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no tornase atrás, y ansí no me pareció me convenía esto, y procurelo por otra vía, como ahora diré.

Libro de la Vida. Capítulo II.


Livre de la Vie. Chapitre III.

Grands avantages que tira la Sainte des entretiens d´une excellente religieuse sous la conduite de laquelle elle était avec les autres pensionnaires. Elle commence à concevoir un faible désir d´être religieuse. Une grande maladie la contraint de retourner chez son père. Elle passe chez un de ses oncles qui était très vertueux, et ensuite du peu de séjour qu´elle y fit elle se résout à être religieuse.

Comme cette bonne religieuse était fort discrète et fort sainte, je commençai à profiter de ses sages entretiens. Je prenais plaisir à l´entendre si bien parler de Dieu, et il me semble qu´il n´y a point eu de temps auquel je n´y en ai pris. Elle me raconta comme cette seule parole qu´elle avait lue dans l´Évangile : plusieurs sont appelés mais peu sont élus, l´avait portée à se faire religieuse, et me représentait les récompenses que Dieu donne à ceux qui quittent tout pour l´amour de lui.

De si saints entretiens commencèrent à bannir de mon esprit mes mauvaises habitudes, à y rappeler le désir des biens éternels, et à m´ôter l´extrême aversion que j´avais d´être religieuse. Je ne pouvais voir quelqu´une des sœurs pleurer en priant Dieu, ou faire quelques autres actions de piété sans lui en porter envie, parce que j´avais en cela le cœur si dur que j´aurais pu entendre lire toute la passion de Notre Seigneur dans jeter une seule larme, et j´en souffrais beaucoup de peine.

Je demeurai un an et demi dans ce monastère et y profitai beaucoup. Je faisais plusieurs oraisons vocales, et priais toutes les sœurs de me recommander à Dieu afin qu´il lui plût de me faire connaître en quelle manière il voulait que je le servisse. Mais j´aurais désiré que sa volonté ne fût pas de m´appeler à la religion, quoique d´une autre part j´appréhendasse le mariage.

Au bout de ce temps, je me sentis plus portée à être religieuse, mais non pas dans cette maison parce que les austérités que j´appris ensuite qu´elles pratiquaient me paraissaient excessives, et que quelques-unes des plus jeunes religieuses me fortifiaient dans cette pensée, au lieu que si toutes se fussent rencontrées dans une même disposition cela m´aurait beaucoup servi. Ce qui me confirmait encore dans ce sentiment c´est que j´avais une intime amie dans un autre monastère, et que si j´avais à me rendre religieuse j´aurais voulu être avec elle, considérant ainsi davantage ce qui flattait mon inclination que mon véritable bien.

Mais ces bonnes pensées de me donner entièrement à Dieu dans la vie religieuse s´effaçaient bientôt de mon esprit et n´avaient pas la force de me persuader d´en venir à l´exécution.

Quoique je ne négligeasse pas entièrement alors ce qui regardait mon salut, Notre Seigneur veillait beaucoup plus que moi pour me disposer à embrasser la profession qui m´était la plus avantageuse. Il m´envoya une grande maladie qui me contraignit de retourner chez mon père.

Quand je fus guérie on me mena voir ma sœur qui demeurait à la campagne, et qui avait tant d´affection et de tendresse pour moi qu´elle aurait désiré de tout son cœur que je demeurasse toujours avec elle. Son mari me témoignait aussi beaucoup d´amitié ; et j´ai l´obligation à Notre Seigneur que je n´ai jamais été en lieu où l´on ne m´en ait fait paraître, quoique je ne méritasse pas étant aussi imparfaite que je le suis.

Je m´arrêtai en chemin en la maison d´un de mes oncles, frère de mon père et était veuf. C´était un homme fort sage et très vertueux ; et Dieu le disposait à la vocation à laquelle il l´appelait, car quelques années après il abandonna tout pour se faire religieux, et finit sa vie de telle sorte que j´ai sujet de croire qu´il est maintenant dans la gloire. Il me retint durant quelques jours auprès de lui. Son principal exercice était de lire de bons livres en langue vulgaire, et son entretien ordinaire de parler des choses de Dieu et de la vanité de celles du monde. Il m´engagea de prendre part à sa lecture, et quoique je n´y trouvasse pas grand goût je ne le lui témoignait point, car il ne se pouvait rien ajouter à ma complaisance quelque peine qu´elle me donnât, elle était même si excessive que ce que l´on aurait dû considérer en d´autres comme une vertu était en moi un grand défaut.

Ô mon Dieu, par quelles voies votre Majesté me disposait-elle à l´état auquel vous m´appeliez, en me contraignant contre ma propre volonté de me faire violence ? Vous soyez béni éternellement. Amen.

Quoique je n´eusse demeuré que peu de jours auprès de mon oncle, ce que j´avais lu et entendu dire de la parole de Dieu, joint à l´avantage de converser avec des personnes vertueuses fit une telle impression dans mon cœur, qu´elle m´ouvrit les yeux pour considérer ce que j´avais compris dès mon enfance : que tout ce que nous voyons ici-bas n´est rien, que le monde n´est que vanité et qu´il passe comme un éclair. J´entrai dans la peur d´être damnée si je venais à mourir en l´état où j´étais, et quoique je ne me déterminasse pas entièrement à être religieuse, je demeurai persuadée que c´était pour moi la condition la plus assurée, et ainsi, peu à peu, je me résolus à me faire violence pour l´embrasser.

Ce combat qui se passait en moi-même dura trois mois, et pour vaincre mes répugnances je considérais que les travaux de la religion ne sauraient être plus grands que les labeurs que l´on souffre dans le purgatoire, et qu´ayant mérité l´enfer je n´aurais pas sujet de me plaindre d´endurer en cette vie autant que je ferais dans le purgatoire, pour aller après dans le ciel où tendaient tous mes désirs, tant il me semble que j´agissais en cela plutôt par une crainte servile que par un mouvement d´amour.

Le démon pour me détourner d´un si bon dessein me représentait que j´étais trop délicate pour porter les austérités de la religion. À quoi je répondais que Jésus-Christ ayant autant souffert pour moi il était bien juste que je souffrisse quelque chose pour lui, et que j´avais sujet de croire qu´il m´aiderait à le supporter. Je ne me souviens pas bien toutefois si j´avais dans l´esprit cette dernière pensée, et je fus assez tentée durant ce temps.

Ma santé continuait d´être fort mauvaise et j´avais, outre la fièvre, de grandes faiblesses ; mais le plaisir que je prenais à lire de bons livres me soutenait ; et les épîtres de saint Jérôme m´encouragèrent tellement que je me résolus de déclarer mon dessein à mon père, ce qui était presque comme prendre l´habit de religieuse, parce que j´étais si attachée à tout ce qui regarde l´honneur que rien ne me paraissait capable de me faire manquer à ce que je m´étais une fois engagée. Comme mon père avait une affection toute extraordinaire pour moi, il me fut impossible d´obtenir de lui la permission que je lui demandais, quelque instance que je le en fisse et quelques personnes que j´employasse auprès de lui pour tâcher de le fléchir. Tout ce que je pus tirer de lui fut que ferais après sa mort ce que je voudrais. La connaissance que j´avais de ma faiblesse me faisant voir combien ce retardement me pouvait être préjudiciable, je tentai une autre voie pour venir à bout de mon dessein comme on le verra dans la suite.

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